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Se llama genéricamente bosquimanos —o, también, san, basarawa, negga, sho o ǃkung— a varios pueblos africanos, tradicionalmente cazadores-recolectores, que hablan alguna de las lenguas joisanas noroccidentales, caracterizadas por incorporar sonidos de chasquido o cliqueos. La palabra bosquimano deriva del afrikáans boschjesman, ‘hombre del bosque’.[1]
No constituyen, por lo tanto, un único grupo, sino varios pueblos, muy relacionados con los khoikhoi (hotentotes), con los que conjuntamente forman un grupo mayor, denominado joisán.
Según cálculos recientes, son por lo menos 95 000 personas: 40 000 en Botsuana, 33 000 en Namibia, 8000 en Angola, 7500 en la República Sudafricana, 1500 en Zambia y 500 en Zimbabue. Estos pueblos tienen una larga historia, y sus gentes tienen mayoritariamente el haplogrupo Y-A, lo que muestra que son genéticamente similares a los primeros humanos que abandonaron África y colonizaron el resto del mundo.
También su cultura material se considera directamente emparentada con los primeros restos atribuidos a humanos modernos.[2]
El gobierno de Botsuana no es el primero en implementar políticas y sistemas que afectan a los basarwa san. Durante 2000 años, los bantú-hablantes (granjeros y pastores) y los europeos han influido en los san-hablantes (“bosquimanos”) del sur de África.
Edwin Wilmsen (1989) argumenta que a muchos san descendientes de pastores se les empujó a vivir en el desierto debido a condiciones de pobreza y opresión. Él ve a los san de hoy como una subclase rural en un sistema político y económico más grande dominado por productores de alimentos europeos y bantúes. Como resultado de dicho sistema, muchos san ahora cuidan ganado para los bantúes más ricos en lugar de recolectar de manera independiente. También domesticaron animales, lo que indica un movimiento que los alejó de su estilo de vida recolector.
Susan Kent (1992, 1996) destacó una tendencia a estereotipar a los forrajeros, que a la par los amenaza. Estos han sido tildados de aislados y primitivos supervivientes de la edad de piedra. Un nuevo estereotipo los concibe como gente necesitada de cultura confinada en la marginación por los estados, el colonialismo o los acontecimientos mundiales. Incluso si esta última concepción raya con frecuencia en la exageración, es probablemente más adecuada que la primera. Los forrajeros modernos difieren sustancialmente de los cazadores-recolectores prehistóricos. Kent (1996) hizo hincapié en las variaciones entre los forrajeros, al centrarse en la diversidad temporal y espacial entre los san. La naturaleza de la vida san ha cambiado considerablemente desde las décadas de 1950 y 1960, cuando una serie de antropólogos de la Universidad de Harvard, en los que se incluye a Richard Lee, se embarcaron en un estudio sistemático de la vida en el Kalahari. Lee y otros estudiosos documentaron muchos de esos cambios en varias publicaciones (Lee, 1979, 1984, 2003; Silberbauer, 1981; Tanaka, 1980). Tal investigación longitudinal enfrenta variación temporal, mientras el trabajo de campo en muchas áreas san ha revelado variación espacial.
Uno de los contrastes más significativos se halló entre los grupos establecidos (sedentarios) y los nómadas (Kent y Vierich, 1989). A pesar de que el sedentarismo se ha incrementado sustancialmente en años recientes, algunos grupos san (de las regiones ribereñas) ya habían sido sedentarios por generaciones. Otros, incluyendo a los Dobe Ju/’hoansi san estudiados por Lee (1984, 2003) y los Kutse san con los que Kent trabajó, han conservado su estilo de vida como cazadores-recolectores.
Los forrajeros modernos no son reliquias de la edad de piedra, fósiles vivientes, tribus perdidas o buenos salvajes. Sin embargo, en la medida en que el forrajeo ha sido la base de su subsistencia, los cazadores-recolectores contemporáneos y recientes muestran los vínculos entre una economía forrajera y otros aspectos de la sociedad y la cultura. Por ejemplo, los grupos san que todavía son móviles, o que lo fueron hasta hace poco tiempo, enfatizan la igualdad social, política y de género. Un sistema social basado en el parentesco, la reciprocidad y el compartir es apropiado para una economía con pocas personas y recursos limitados. La búsqueda nómada de plantas salvajes y animales tiende a desalentar los asentamientos permanentes, la acumulación de riqueza y las distinciones de estatus. En ese contexto, las familias y bandas han sido unidades sociales adaptativas. Las personas tienen que compartir carne cuando la consiguen; de otro modo se pudre. Bandas forrajeras, pequeñas unidades sociales nómadas o seminómadas se reúnen estacionalmente cuando las familias nucleares que las componen se juntan. Las familias particulares en una banda varían año con año. Lazos de parentesco se crean entre los miembros de diferentes bandas.
El comercio y las visitas también los vinculan. Los líderes de banda son líderes solo de nombre. En tales sociedades igualitarias los tratos se celebran entre pares. En ocasiones estos brindan consejo o toman decisiones, pero no puede forzar el que sus decisiones se cumplan.